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El emperador de los ratones de La Conchinchina reacciona de una forma airada cuando su hija, una preciosa ratona blanca como la nieve, se presenta de la mano de un ratón gris oscuro casi negro. Convencido de que lo que tiene ante él dista mucho de su exigencia, ofrece la mano de su pequeña al Sol, por ser el más fuerte. Sin embargo, el Astro Rey no tardará en sacarlo de su error. —¡No…! Yo no soy el más fuerte… En efecto, el Sol no miente cuando admite que considera más poderoso al nubarrón. Tampoco este falta a la verdad cuando apunta al viento, quien, a su vez, erige como más fuerte a la montaña, que acaba señalando al árbol, y este finalmente al elefante, animal que, como todos saben, manifiesta terror a…¡los ratones! Así puede continuar la relación entre la hermosa ratona y el ratoncito esmirriado.