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Isabel llega a casa con un inmenso caimán de color azul y su madre cree que es un peluche que le han regalado y se queda tan contenta con la idea. No obstante, Isabel ve al caimán como lo que es en realidad, un nuevo amigo, lleno de posibilidades que la escucha, que la atienda y que se lo pasa bien con ella. El caimán tiene un problema y es que no puede leer de cerca porque necesita gafas y ahí entra en juego otro personaje: la abuela. La abuela de Isabel no solo le da unas gafas al caimán, sino que acepta y comprende que sean para el caimán. La abuela no hace preguntas y acepta lo que le cuenta Isabel. En cambio, la madre se asusta cuando ve que el caimán quizá no sea de peluche y no sabe cómo reaccionar. Entonces interviene el narrador preguntándose, preguntándonos, ¿por qué les cuesta tanto a los mayores creer lo que ven? La abuela, mucho más cercana a la infancia, acaso por su papel de abuela, insiste en que lo deje pasar y que lo acepte. Isabel está muy contenta con el caimán porque le cuenta cuentos y lee historias. No hace falta nada más.